Gran árbol, los sabios de antaño predijeron tu poderosa llegada, más no comprendieron el alcance de tu furia, pues cuando arribé a estas tierras se me fue confiado el manuscrito cuyas sagradas escrituras aseguraban que "en los soles venideros se erguirá una entidad de madero, no tan ostentoso, pero cuyas raíces cambiarán la existencia para siempre del paisaje a su alrededor, cual adalid del caos que emerge de la tierra y engulle la vida, y aniquila la existencia". Nadie predijo que tu nacimiento y rápida evolución traería consigo la extinción de mis pobres amapolas, esas que cuidé afablemente, y que tan sutilmente asomaban sus suaves contornos tan cerca, sin saberlo, de su impío verdugo.
Ruego, gran árbol, a tu merced, detengas tu portentoso crecimiento, pues tu vastedad amenaza a mi castillo, a cuyas puertas ya ha alcanzado la exhuberante raíz que de ti nace y se extiende hacia el Noreste, arrancando de cuajo el manantial donde bañaba a mi primogenito, y torciendo la realidad del pórtico interior.
Solicito al gran Ent dormido que permita a este pobre servidor levantar en tus ramas un pequeño fuerte de madera, pues tengo interés de entrenar en él a mi vástago para las batallas venideras. Del atrevimiento por mi parte ante tales solicitudes, juro que de serme otorgadas dichas gracias, prescindiré de los ejércitos de leñeros que desean tu sagrada carne para sus festines de sangre y carbón, y serviré a tu protección ante los molestos reinos de hormigas, y les echaré veneno, y las aplastaré, y las ofreceré como alimento a mis aves de corral, pues he comprendido que el poder con el cual has aplastado a mis jazmines sirve a un propósito mayor a cualquier conocimiento mortal, y es que sabiendo por experiencia que odias el color de las rosas, las amapolas, las petunias y demás frágil flora, prometo y me encomiendo a alejar de ti tales plantaciones.
Deseo a Usted tenga salud, y ruego medite sobre mis solicitudes. Me despido por hoy, pues debo llevar a mi cánido a la tienda de primeros auxilios animales, tras la reyerta sobrevenida de sus deposiciones bajo tu sombra, y ante cuya afrenta has dejado caer tu gruesa rama sobre su desvergonzada cabeza.
