por Limthir el Mar Feb 19, 2008 2:16 am
Capitulo 1
El Indeseable
El cielo se inundaba de lluvias y tempestad, el día era lúgubre y callado, la ensimismada neblina corría deprisa por los valles, y en las montañas se escuchaba el grito opaco de los cuervos, y un gallo entrecortado, manifestaba un nuevo día, las calles de Beresther, se inundaban de un perfume elocuente y seductor, la inocencia juvenil se presentaba en tempranas horas de la mañana, y en la plaza se empezaban a escuchar los primeros gritos y ordenes comúnmente aceptados a esas horas, el sol comenzaba ah asomarse, desplegando cálidas lluvias de luz.
-Se aleja la lluvia
-No lo dudes, viejo amigo – resonaba entrecortado por el frio y el metal
-Nunca dude que lo dijeras, aun así, que ha pasado en los lindes
-No mucho, poca actividad, no creo que esta guerra nos sea lamentable
-La guerra es un lamento, no nos es directa aun, pero como sigan estas noticias me preocupare en verdad – relajo las piernas y tomo asiento en uno de los sitios locales para beber – vamos Austher, que no te sienta mal un buen trago caliente, porque a mí este frio me está produciendo calambres
-Que sea rápido amigo, este país, no se deja de defender por calambres.
Observaron cómo se despejaba las nubes grises del cielo, y como el sol se abría paso entre ellas, alejando el frio incontrolable, y trayendo un calor memorable, los soldados hincaron las espadas, esperando aun el trago para aliviar sus corazones acongojados, la mañana se sentía fresca y calurosa, las primeras charlas elocuentes empezaron a desgastarse como era habitual.
-Hermanos míos, que las noticias de extranjeros no os corrompa su buena voluntad, escuchadnos a nosotros, los de la Escuela Aljarbeth, la guerra no llegara a estos buenos territorios y menos lastimara a nuestro anhelado pueblo, no os preocupéis pues en este valle tan extenso, lo único que lo rodea son montañas y precipicios, y pocos, son los que conocen la entrada segura a estas tierras, y pocos son los que se jactan con el permiso del reino para obtener entrada – la voz del anciano se sentía como un rayo predilecto, directo a los ojos desdibujando cualquier otro tipo de perspectiva – no os dejéis engañar pues si la guerra nos alcanzara nuestros guerreros valerosos, defenderán a canto y espada ah nuestras mujeres y niños, a nuestro pueblo, en toda nuestra historia, la barrea de Berhindel nunca ah sido barrida y menos diezmada, no os preocupéis pues nuestro pueblo es el martillo de Dios y callara todas vuestras...
-Callad anciano, dejad ya estas ridiculeces – un hombre largo y encorvado se apresuro a la tarima, donde empujando al anciano continuo con palabras de lóbrego y malestar – ¿aun no os sentís afligidos? Creen que es mentira lo que viene detrás de estas montañas y muros, creen a un anciano, que con su delirio solo ha llegado hasta el gran pórtico donde accede este pueblo y el extranjero, no os dejéis engañar vuestros corazones, ustedes hombres, que se jactan de su poderío, no han demostrado hace décadas una lucha digna de su raza, y menos aun, su rey obeso y ligado a las mujeres, no muestra respeto por su pueblo, ni orgullo por el mismo, ustedes hombres deberían sentir la cruda ira de los Kar-Urbuk, aquellos de los que con repugnancia no desean ser nombrados, pues es ese vuestro enemigo y el mío, acechen la realidad, inúndense con su odio, porque ah llegado vuestra hora.
Aquel ser desplego la gabardina que cubría su cuerpo, demostrando su rostro maltratado y desfigurado con cierta palidez, y un ojo en su frente, como un aro que bramaba fuego, alargo las fauces, como un león y pudriendo su lengua, desplego un grito ensordecedor, su cuerpo se altero descubriendo formas brutales, como un demonio alargaba sus alas negras y podridas, su tamaño descomunal, predecía la destrucción del hombre y todo ser viviente; Austher volvió la mirada asombrado, por aquel ser de enorme magnitud, blandió su espada, aun así, sabiendo que sería inútil cualquier ataque hacia semejante criatura.
-Mirmeth – sacudiendo al soldado que había caído dormido sobre el mesón - Mirmeth demonios despierta, dime qué diablos es eso
-Que ocurre, ayer no pude pegar el ojo, el ejército está muy estricto – volvió la mirada hacia la tarima, y solo descubrió sangre y ruina, pequeños seres, como ratas saltaban sobre las mujeres y los guardias, masacrándolo todo – pero que rayos son esas cosas, que diablos es esa criatura.
-La guerra – Austher, giro sobre sus piernas, clavando su espada a uno de aquellos seres de horrible aspecto – la guerra Mirmeth, la guerra ha llegado hasta nosotros.
La criatura destruía todo a su paso, jactándose de su poderío, sabiendo que no habría nada mas allá de su poder y que su destrucción sería imposible, así acallo los gritos, con palabras de odio y destrucción.
-Su dignidad y su orgullo hasta aquí se escucharan, sus desgarrados corazones, no se oirán mas, prepárense pues el reino del caos, ha llegado y despojara toda alma que no esté ligada a mí, al único, al indomable y señor de las tinieblas y el horror, Marthuk el indeseable – rio con estrépito – yo soy su Némesis, soy su perdición, soy la guerra, soy el salvaje dominador.