por 3l D1cT4d0r el Jue Feb 05, 2009 10:06 am
Capítulo II – Una Pequeña Luz
Ya había transcurrido una semana de aquel encuentro con el anciano, todo estaba igual que antes; excepto por aquel perro. Extrañamente, al salir de mi casa al trabajo, aquel animal que ostentaba una gran imponencia, permanecía sentado en la acera esperando al parecer mi salida. Sin pestañear, sin quitarme su mirada, sus ojos grandes y amarillos de encima, observaba siempre como me alejaba de la casa. Me recordaba a un pequeño Doberman que me había regalado mi padre de niño; pero este era diferente, su aire emanaba algo extraño que no sabía cómo describir.
Excluyendo ese corto pero inquietante encuentro todo marchaba a la perfección. En el trabajo todo transcurría tranquilamente, afortunadamente no volví a tener decaídas, ya hasta me había olvidado de esos incidentes. Pero todo cambio un día. Mi madre, una mujer que siempre vi como mi ejemplo a seguir, como la persona que me vería morir y no al contrario, fue duramente azotada por una enfermedad. Al principio tenía síntomas de gripe, luego empezó a sentir dolores musculares, por lo que me hizo una llamada al trabajo diciéndome lo que sentía, en ese momento me encontraba en una reunión de trabajo, así que simplemente le dije que se recostara y descansara. Así bien ella lo hizo, pero pasadas dos horas sus síntomas empeoraron, sus articulaciones parecían quedar inmóviles, sus manos parecían crecer voluptuosamente, o eso fue lo que me dijo el doctor luego de llegar al hospital del que me llamaron a dar razón.
Salí del trabajo, y mientras esperaba el autobús, en la acera de enfrente vi al perro, que me miraba fijamente de nuevo, al subir al vehículo, mire por la ventana y veía como el bus se alejaba y él sin moverse me miraba hasta que le perdí de vista. Sin prestarle atención me dirigí al hospital. Cinco horas después de ser internada, pude lograr ver, pero con el diagnostico que ningún hijo quisiera escuchar… mi madre había quedado en un coma a causa de la aceleración cardiaca producida por el virus. El doctor en ánimo de alentarme, me dijo que quizá duraría algunos días. Pero sabía que eso podría no ser cierto y que podrían ser meses, hasta años. Ver a mi ser más querido conectado a una maquina artificial me devastó. En ese momento recordé aquel anciano, y se me vino su grotesca imagen riéndose en mi cara sínicamente como lo hizo en mi encuentro con él.
Unas cuantas horas después la enfermera me dijo que me tenía que ir, que no podía quedarme con mi madre. Y sin querer hacerlo, me fui. Camine horas por la calle, quizá dando vueltas en el mismo lugar; camine hasta un viejo puente que daba frente a la costa, y mirando fijamente a la luna, mis lagrimas empezaron a brotar de mis ojos, sin fuerza alguna me desplomé sobre aquel barandal que me separaba de una caída de al menos cuatro metros, preguntándome entre lagrima y lagrima, el porqué… el porqué tuvo que ser ella y no yo, el porqué ella que no hizo nada mas en su vida que darme lo mejor. Pero mientras lo hacía, no me fije que aquel barandal oxidado cedía frente a mi peso, y fue en ese instante que caí, a mi suerte que lo hice en un pequeño montículo de tierra que logro amortiguar mi caída. Quede inconsciente al menos unos diez minutos, cuando desperté de nuevo aquel animal me miraba fijamente, cansado de él, le gritaba mientras me levantaba, “que quieres de mi animal del infierno!! Que acaso estoy condenado a que me sigas toda la vida?” decía enfadado, pero el perro no se movía, de su lugar, ni me quitaba su inquisidora mirada.
Agarrando una piedra en mi mano, se la lance al perro, pero vi como esta pasaba al lado de él, que sin moverse ni dejando de verme, lanzó un ladrido que me paralizó. Y con una pequeña insinuación me dijo que lo siguiera, o eso quise entender en ese momento. Y siguiéndolo camine unas quince cuadras tal vez, hasta llegar a un pequeño mausoleo; pare en la entrada, y vi como el perro seguía hasta que paro en una lapida, y de nuevo con otro ladrido obedecí a su llamado. Al descubrir la lapida de sus hojas y ramas, leí la inscripción en ella. Se trataba de la tumba de mi padre; sorprendido observe al perro y frente a él y sus paralizantes ojos, entendí… que él era mi protector.
Cansado por la larga noche, llegue a casa, y como era de costumbre él se quedaba en la acera esperando a que entrara a la casa, pero esta vez no le cerré la puerta, me detuve, lo mire, y con un gesto lo invite a pasar. Y este, sin dejar su imponente apariencia se levanto y camino hacia adentro de ella. Subí a mi cuarto, y me recosté sobre la cama, y sin decirle nada, el animal se acomodo a un costado de la cama. A la mañana siguiente, recibí una llamada del hospital… mi madre… había despertado.
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3l D1cT4d0r el Mar Ene 19, 2010 9:48 am, editado 1 vez en total