por ASHURAM el Dom Sep 25, 2005 3:56 am
Ante el asombro de los viajeros, Robellón se encaminó a la pared de roca y escarbó un poco en la arenilla. Dejó al descubierto un orificio y por él introdujo el mango de su hacha. No se habían dado cuenta hasta ahora pero su extremo estaba chapado en metal. El guerrero giró el hacha y se oyó un “clong” muy profundo en el interior de la roca. Seguidamente, una plancha de piedra extensa como las puertas de una catedral fue girando hacia el interior sobre uno de sus lados. Cuando ya se abrió lo suficiente fueron entrando y se percataron del tremendo grosor que tenía, el de tres ladrillos. Mover un coloso como ése era todo un portento. El suelo a la entrada estaba perfectamente pulido para que no detuviese el curso de la puerta. Casiin investigaba absorto el mecanismo de apertura. Una vez todos dentro, Robellón detuvo el funcionamiento e hizo que se cerrase mediante otro orificio situado en el interior, junto a la puerta. Luego tiró de una palanca y fuera se oyó cómo caía tierra y gravilla desde la cima.
- Para ocultar la entrada de nuevo –explicó Ricino-. Periódicamente recogemos escoria del fondo de la cañada para llevarla a depósitos en el interior. Y ahora, si son tan amables, por aquí –y señaló un túnel hacia la derecha, que como estaban en el lado izquierdo del Paso iba hacia el Sur.
En la entrada había otro hacia el Norte que comunicaba con la salida hacia la llanura y otro hacia el Este que atravesaba las montañas del Paso. Además de una especie de almacén con productos de emergencia, equipos de reserva y siete guardias. En la boca de cada túnel vieron una especie de estación propia de mineros: el comienzo de dos vías de raíles y un amplio andén a cada lado. Cada entrada estaba protegida por una reja. En su túnel, en la vía derecha, se montaron en dos vagonetas más cómodas y amplias de lo que esperaban. Tenían sitio para quince personas cada una. Ricino martilleó los raíles con un código de golpes flojos, fuertes, largos y cortos. Luego alargó el brazo, accionó una palanca en el andén y se pusieron en marcha. El túnel estaba iluminado por piedras mágicas que se incrustaban en el techo. En el camino vieron un hueco en el túnel en el que se albergaban tres vagonetas y utensilios. Al otro lado había un puesto de guardia con siete enanos. Se cruzaron con un par de vagonetas que iban por la otra vía, en sentido contrario y vacías. “Para que la entrada disponga de transporte siempre” indicó Ricino. El viaje duró apenas dos minutos. Iban como un caballo a galope. En el andén les esperaban una escolta de cinco guardias. Tras salir por otra verja, Ricino y Robellón abrieron la marcha hacia un corredor ascendente.
Atravesaron un portón abierto y llegaron a una amplia plaza subterránea, una única bóveda sin columnata. Alrededor se habrían cámaras para diferentes fines: puesto de guardia, comunicaciones, almacén y mantenimiento. Otra puerta les llevó a la Comunidad de Alcestis propiamente. Calles iluminadas con faroles, gemas u orificios abiertos en la roca, bien pavimentadas. Casas cómodas y prácticas abiertas en las paredes cómodas. Si no fuese por la falta de Sol y viento, aquello podría pasar por una ciudad humana auténtica hecha en piedra.
- A través de los raíles comunicamos a los vigilantes del portón vuestra llegada y éstos ya han avisado al Príncipe. Os estará esperando. Sigamos –comentó Ricino. Hizo una señal a los guardias y éstos regresaron a su puesto en la bóveda. Les llevó por escaleras talladas en roca a una garita en lo alto de una pared. Les llamó la atención que salían de ella gruesos cables que discurrían cerca del techo hasta no supieron dónde. También colgaba de ella una cabina.
- ¡Anda! ¡Un elevador! Como los que usamos en mi ciudad, ¿sabes? –dijo Casiin sarcásticamente a Memnón. El enano esta vez no gruñó. Subieron a la garita y un encargado les invitó a subir a una jaula que estaba enganchada a los cables del techo-. Y esto debe ser como el elevador pero en horizontal ¿verdad? ¿Un telesilla? –esta vez preguntó con interés a Robellón.
- Así es –dijo satisfecho-. Veo que te interesan nuestros avances tecnológicos. Apuesto a que si te cansases de viajar aquí tendrías futuro. Usamos estos transportes en casos especiales para no tropezar con el tumulto. El resto de los ciudadanos dispone de una red de vías por la ciudad.
- No me tiente...
Unos cinco minutos después de entrar en la montaña estaban a las puertas de Palacio. “¡Menuda eficacia! Si hubiésemos ido a pie...” pensaba Sturm. El resto del grupo estaba también absorto. Las puertas eran monumentales, chapadas con planchas de acero de dos dedos de grosor. Tenían talladas runas enanas con una breve historia de la ciudad y una oda al Señor de las Cumbres. Las letras del dios estaban adornadas de oro. Ricino y Robellón se despidieron y les dejaron con dos guardias de Palacio. El interior era, más que espectacular, sobrecogedor. La robustez estaba disfrazada de blancura por planchas de mármol y lámparas de acero bruñido con luminarias de cuarzo. Por amplísimos pasillos adornados con grandes estatuas en hornacinas y tapices de escenas históricas les llevaron a las habitaciones para invitados. Todas ellas daban a una sala común. Después de tantas penurias encontrase con tanta comodidad les parecía que no tendrían la misma suerte jamás. En la sala habían servido caldo caliente, unas tostadas, queso, uvas y vino. Tenían agua para asearse y ropa cómoda para descansar.
- El Príncipe Faetón les recibirá mañana tras el mediodía. Descansen tranquilos, les avisaremos –los guardias saludaron y se retiraron. Se quedaron mirando unos a otros como si no acabaran de asumir lo sucedido.
- ¡Qué demonios! Esto se va a enfriar... –Casiin se acercó a la mesa y ofreció una silla a Gladia. Rieron todos y secundaron la idea.
Descansaron como niños. Se mudaron de ropa y se tomaron el desayuno que trajeron a poco que los despertaran. Les condujeron al Salón del Trono donde estaba el Príncipe esperándoles con un par de Consejeros. Tras una reverencia formal se acercaron al Trono.
- Saludos, gran Memnón. Tu nombre es cantado por algunos en las tabernas. Conocidas son tus proezas en Alcestis. ¿En qué puedo ayudarte, hermano? –miraba de forma penetrante a cada uno de ellos.
- Antes de nada, Alteza, estos son mis compañeros Alcione, Albekthor, Félix y Déster –les señaló y los otros fueron inclinando la cabeza-. Tengo asuntos que resolver en Lakenor con un tal Drogbar, el cual ordenó exterminar a unos hermanos, la Comunidad de Mileterris. Pretendemos infiltrarnos en la ciudad para desbaratar el plan de reunir un ejército que marchará hacia el Norte con el fin de derrocar al Duque Celeutor. Y, si los Dioses nos ayudan, nos enfrentaremos a él también.
- Noble propósito, hermano. ¿Cómo encontraste a estas personas? –la mirada que sostuvieron entonces Memnón y Faetón parecía decir más cosas de las que se hubiesen podido contar.
- Son víctimas que Drogbar ha dejado en su camino de destrucción. Les encontré en una aldea en Llanura Perlada –el sacerdote se irguió e hinchó el pecho-. Les une el mismo noble propósito, Alteza.
- Eres un hombre de honor, Memnón –dibujó una media sonrisa el Príncipe y luego se relajó en el Trono-. Confío en ti. Te proporcionaré informes detallados de Lakenor y todo lo que sepamos acerca de Drogbar y las gentes que se mueven por allí –esta vez se dirigió a todo el grupo-. Os recomiendo que los estudiéis bien y los destruyáis. Tomaos un par de días en Alcestis para hacerlo trazar vuestra estrategia.
(ESTE FRAGMENTO SE LO DEDICO A LOS IMPERIOS ENANOS DE TODAS LAS HISTORIAS Y A TODOS LOS INGENIEROS EN LA VIDA REAL. OBRAS GRANDIOSAS Y/O UTILES CONVIERTEN SU TRABAJO EN GRANDES RETOS, LOS CUALES ADMIRO.)