por ASHURAM el Vie Oct 07, 2005 12:29 am
Gladia puso en manos de Ganímides el colgante protector y con una mirada insistió en que se lo pusiese. Lo tomó como si atendiese a una premonición. Uno de los clérigos le tendió una espada corta que llevaba de repuesto. Tal y como había dicho el mayordomo, Drogbar y Áspid se encontraban esperándolos, casi en el centro de la sala. Era tan amplia como la nave de un templo y las paredes estaban cubiertas de espejos tapando casi todo el fondo blanco. Áspid tiró el escudo, ya inútil, al suelo y se apretaba el fajín que acababa de quitarse en el brazo herido. Lo malo es que no estaban solos. Les acompañaban tres seguidores de Dyastor tapados hasta las cejas por ropas negras ajustadas y portando una brillante lanza azulada.
- Mira que eres cabezota, Ganímides. Por tu culpa arrastrarás a inocentes contigo. ¿No podías haber seguido con la plácida vida de comerciante? –preguntó con ironía Drogbar. Se lamió los labios mientras aguantaba la risa y levantó despacio su mano derecha-. No, claro que no. Y tú, Sturm, como siempre cumpliendo con tu deber. Podías haberte ido con Gladia a otra parte. ¿Nunca se te ocurrió que ser tan cumplido es contraproducente? ¡Pues ahora lo descubriréis todos! –chasqueó los dedos y desapareció.
Tras la señal, los seguidores se lanzaron cada uno contra un clérigo. Éstos les esperaban en posición defensiva. Cuando se encontraron ambas fuerzas saltaron chispas de las lanzas al chocar contra las rodelas de los clérigos. Éstos respondieron dando un giro para dar fuerza a sus espadas y tratar de cortar las lanzas. Pero los ocultistas se movían muy rápido y esquivaron los golpes.
Ganímides y Sturm fueron al encuentro de Áspid con un grito furioso. Memnón decidió apoyar a los clérigos contra los seguidores, pues estaba en verdadera deuda con ellos. Gladia apuntó con el bastón a uno de los seguidores y ordenó un rayo. Para desgracia de todos el ocultista no sufrió daños, pues Dyastor otorgaba inmunidad a la electricidad, además de velocidad, a sus adoradores. Gladia se preparó entonces para lanzarle otro a Áspid cuando algo la sujetó por detrás y le tapó la boca. En medio de la refriega nadie se dio cuenta de que desaparecía por un agujero en el suelo...
Casiin esperaba la ocasión para hacer un disparo certero a cualquier contrincante sin herir con el potente chorro a uno de sus amigos. Cuando vio un hueco entre la refriega de los clérigos gritó una señal y éstos se agacharon. El chorro alcanzó de pleno a un ocultista y afectó al que tenía a su lado. Al tercero le pillaron por sorpresa uno de los clérigos y Memnón que, mientras se agachaban, se le echaron encima y lo ensartaron. Otro clérigo remató al seguidor que resultó herido y el tercero se acercó a Ganímides para apoyarle. Casiin apuntó entonces con su arma a Áspid y se fue acercando para tratar de darle de lleno pero algo le paralizó y debido a una mala postura cayó al suelo.
El paladín y Ganímides no veían la forma de golpear a Áspid. Era muy diestro aún con un brazo herido y sin la protección de un escudo. Como si les leyese el pensamiento acertaba a esquivar a uno mientras trataba de golpear al otro provocándole cortes a Sturm, afortunadamente no muy profundos. Ganímides, como estaba protegido, únicamente recibía los envites de modo prudente para que no le tumbasen. Pero Áspid cometió el error de ir retrocediendo y se encontró con uno de los clérigos que trataba de flanquearle. Esto le ocasionó una herida en el hombro diestro que le provocó una ira terrible. Se movía aún más rápido pero cada vez más imprudente. Los otros dos clérigos invocaron a sus Dioses y un aura casi tan grande como la sala cerró las heridas de sus aliados. Memnón se percató entonces del gnomo abatido y la ausencia de la hechicera.
- ¡Gladia! –rugió desconcertado. Sturm se distrajo y Áspid le hizo un corte en el brazo izquierdo. Ganímides respondió ensartando al espadachín por el costado y el clérigo le tumbó y le sujetó. Deseaba entregarle vivo para que sufriese aún más.
Mientras Sturm era curado por otro clérigo, Memnón trataba de reanimar a Casiin y Ganímides buscaba alguna entrada secreta por la que hubiese desaparecido Gladia. Sabía que no era capaz de hacerse invisible así que, cuando vio la joya en el suelo la sangre se le heló. Un espejo se descorrió de una pared y apareció Drogbar acompañado de la hechicera. En la otra mano llevaba el bastón y estaba activado. Cuando salieron del pasadizo carcajeaba de forma aterradora.
- ¡Se os acabó el juego! Confieso que hice mal en pensar que podría con vosotros pero aún tengo las de ganar. Suelta a mi hijo y entrégame tu espada, Ganímides, u os electrocutaré –y señaló con el bastón al paladín mientras avanzaba. Gladia parecía estar en un trance, pues no respondía al peligro. Al alzar la cabeza Ganímides se asustó. Sus ojos se habían vuelto negros, estaba dominada-. ¡Sí, sorpresa! Ha sido ella quien ha paralizado al gnomo, me ha hecho un favor. ¿Verdad, querida, que ahora vas a hacerme otro?
“¡No, Dioses! ¡Como el sueño no!” pensaron Ganímides y Sturm. Gladia alzó una mano y empezó a pronunciar una palabras. Drogbar se concentró entonces en un rayo para Sturm. Todos se lanzaron para acabar con el despiadado. Todo ocurrió en segundos. Mientras iban al encuentro de su padre a lo largo de la sala, Áspid tuvo el presentimiento de que algo no iba bien. Tendido en el suelo le gritó.
- ¡Padre, la espada! –alcanzó a coger una pierna a Ganímides y le tumbó.
Drogbar notó una punzada terrible en la espalda que le desconcentró y el rayo se desvió. Giró para apuntar sabiendo que aún contaba con unos instantes. Se encontró con la sorpresa de que su mayordomo estaba en el pasadizo con una ballesta disparada en la mano. Y Gladia le sonreía maliciosamente y le apuntaba a él...
- ¡Yo no dudo! –gritó la hechicera. Y de sus ojos manaron extrañas luces que cegaron a Drogbar.
Éste la empujó a ciegas y la derribó al suelo, volviéndose rápidamente para hacer frente a los demás. Otro rayo salió disparado hacia Sturm para vengarse de la muchacha pero antes de que terminase de brillar tenía al paladín encima. Entonces comprendió: la espada de Ganímides le protegió del conjuro. ¡Supuso que la llevaría Ganímides! El paladín le clavó entonces el arma en mitad del pecho sin que nada pudiese evitarlo. Áspid gritó furioso pero no pudo deshacerse a causa de la debilidad de la presa de Ganímides.
Cuando todo hubo acabado, Casiin se levantó del suelo y se sacudió furioso la ropa. “¡No me habéis dejado nada!” gritaba. El mayordomo pidió perdón por no haber acudido antes pero Sturm le abrazó y le felicitó. Ganímides ató a Áspid mientras uno de los clérigos le estabilizaba lo suficiente para que pudiese andar, pero no huir. Memnón cogió del suelo el escudo roto y se lo enseñó a Áspid. Lo escupió y lo arrojó junto al cadáver de Drogbar. Al caer en el charco de sangre las salpicaduras mancharon el dibujo de la serpiente...
Gladia explicó que mientras Drogbar la arrastraba por el pasadizo trató de dominarla pero ella logró algo maravilloso. Además de resistirse sacó fuerzas de su interior y, deseando que Drogbar la creyese, fingió estar dominada mediante un conjuro de ilusión. Aún sujeta y con la boca tapada notó que le hervía poder suficiente para llevar a cabo el conjuro mentalmente, sin necesidad de usar sus manos o las palabras. Cuando Drogbar le ordenó paralizar a Casiin mirando a través de una rendija obedeció pensando que así nadie le haría daño tras verle caído. Cuando salieron del pasadizo no quiso hacerle ninguna señal a nadie para no traicionarse. Así, creyendo todos lo que ella parecía, logró engañar a Drogbar hasta el final.