por Artros el Vie Ene 13, 2006 8:02 pm
Me movía entre las ramas del bosque con rapidez, solo dejaba el ligero rastro de una sombra tras de mi, mis ropas negras comenzaban a parecer rojas de tanta sangre, daba igual, pocos ojos podían observar mis movimientos a aquella velocidad, de repente me detuve, algo llamo la atención de mis ojos, un carro de mulas estaba detenido en mitad de la carretera… al frente había un hombre muerto… no, aun vivía, sentía que todavía estaba vivo, me pare a observar… ¡Gambit! Entonces ahí dentro debía estar Aeris, que diablos debía hacer, no podía intervenir, no debían saber que yo estaba ahí, baje de un salto del árbol y me escondí tras unos matorrales, vigilaría para asegurarme de que todo iba bien… ¡maldito seas Gambit! ¿No había un lugar seguro en este maldito mundo para que la llevaras?… ¿A dónde diablos la llevaras? Demasiadas preguntas a las que posiblemente encontrase respuesta en cuanto hablase con Aribeth, la maldita siempre lo sabía todo y el precio no era malo… algo me saco de mis pensamientos, la puerta se abrió… ¡Aeris! Maldita sea, la cosa se estaba poniendo fea, estaba sola y Gambit inconsciente, me dio la tentación de salir de mi escondite y sacarla de ahí, pero así solo estropearía todo, además, ella era poderosa… debería sacar su poder en un momento de peligro pero no quería arriesgarme, me quedaría a vigilar hasta que la situación estuviese bajo control… se apresuró a dirigirse hacia Gambit, de repente se rió… una figura de un anciano se acerco, era… conocido, lo había visto antes, durante mi infancia y no sabia donde, Aeris se interpuso entre el y Gambit y el la aparto de un manotazo, saque mi espada, mis ojos se volvieron amarillos la pupila reptiliana apenas podía contener mi ira, el anciano miro en mi dirección, observe sus ojos… no me gustaba, pero debía seguir mi camino y conseguir aquella valiosa información, posiblemente descubriese quien era, pero dejar a Aeris sola, tuve una idea, tome un viejo anillo, esperaba de mi bolsillo, similar al que tenia en mi mano… había sido de mi hermano, esperaba que Aeris supiese reconocerlo, las cosas parecían mas calmadas pero aun así no podía fiarme. Lance el anillo dándole un pequeño golpe en la cabeza a Aeris, así seguro que lo vería, se agacho a recogerlo y los dos hombres miraron al lugar donde estaba escondido. Una daga rozo la mejilla del anciano… eso era un recuerdo por el manotazo, pudo ver mis ojos y sonrió. Aeris y Gambit miraron extrañados… seguí mi camino, nos veríamos mas adelante; aquel anillo era un viejo recuerdo de un mago, las dos personas que tuviesen ese anillo conocerían el estado del otro así como su situación, así seria mas fácil localizarla y estaría mas tranquilo… eso si se lo ponía claro.
Llevaba un día saltando de un árbol a otro hasta que legue a ese maldito lugar, sentía la presencia de vampiros, pero no parecían agresivos… interesante, entre en la primera taberna que encontré, maldita sea, estaba asqueroso, parecía un pordiosero, lleno de sangre, apestando a vampiros, barro, necesitaría una buena ducha. El posadero me miro con malas caras al entrar, pero mostró una enorme sonrisa cuando le puse el oro en la mano.
- Quiero una buena habitación, darme un baño y que me laven la ropa… y la cena lista para cuando acabe.
- Por supuesto que si, señor, estará todo a su gusto, después de todo esta es la mejor posada de la zona…
El agua estaba templada, como la había pedido y la habitación era realmente buena, realmente debía ser la mejor posada de la zona, perfecto, a Gambit no le gustaba esa clase de sitios, no se pasarían por ahí, me relaje y comencé a pensar, no veía a Aribeth desde haría 2 años, después de aquello cada uno se fue por su lado, una perdida de información para mi y de placer para ella, tan simple como eso… mire a mi mochila, de ahí asomaba un colgante “llévalo cuando vengas a verme, evitaras que te ataque mi gente y será mas fácil para mi encontrarte” lo podría haber usado como protector contra vampiros, pero prefería hacer uso de mi espada, así que había estado ahí guardado. Toque mi barba, llevaba unos días sin afeitarme… debería hacerlo, pero… no, ya lo haría después, Salí del baño y cogí mi ropa de repuesto, me prepare para salir… mire a “asesina” hoy te esconderás vieja amiga, te guardare para cuando llegue el momento de la verdad, murmure unas palabras y tomo la forma de un brazalete de oro, me lo coloque y cogí la espada que “La mano” me había dado antes de partir, galvorn aleado en plata, un magnifico material, resistente como el acero y a la hora de matar vampiros tan útil como la plata, serviría para no llamar la atención. Me puse el colgante en torno al cuello y lo deje a la vista, seria mejor que bajase a por la cena, hacia un par de minutos que la camarera había subido para avisarme.
- Espero que este todo a su gusto –el tabernero se frotaba las manos pensando en el oro, me quedaba poco pero suficiente para estar en ese lugar una semana, y si necesitaba más dinero siempre se lo podría pedir a Aribeth.
Acabe la cena rápido, llevaba varios días sin comer bien, cocí un montón de monedas de oro y las puse en la mano del posadero.
- He de salir, es probable que tarde unos días, que nadie entre a mi cuarto.
- Si mi señor, como deseéis.
Salí y me coloque dos pasos, esa ciudad estaba infectada de vampiros, no di dos pasos cuando algo cayo con delicadeza detrás mía, me di la vuelta con el pomo de la espada en la mano, listo para desenfundar…
- ¡Aribeth!
- ¿sorprendido? Pensaba que venias a verme –toco mi colgante- o es que acaso lo llevas como adorno.
- Sabes que no es así, pero hace tiempo que no te veía, estas igual que la ultima vez, aunque eso para un vampiro no es ningún piropo –un sonrisa de sarcasmo surgió en mi boca- necesito información y esta vez no la pienso pagar.
- ¡Jajajaja! Todavía estas enfadado de que no te defendiera la ultima vez, Artros querido, yo no sabia que mi marido fuera tan celoso –me lanzó una seductora mirada, malditos fueran aquellos ojos.
- No necesite tu ayuda, no tuve ningún problema para escaparme de el y sus amiguitos, después de todo no eran mas que vampiros –aquello se estaba convirtiendo en una guerra de puyas.
- Lo siento –la mire sorprendido, se había disculpado, bajo la cabeza- si hubiese intervenido me habría metido en problemas, tu no conoces la aristocracia vampirica es… es terrible.
- Ahora da igual, son historias del pasado ¿me dirás lo que necesito?
- Si, pero aquí no, vayamos a un lugar seguro.
¡Maldita sea! La última vez que me llevo a un “lugar seguro” para darme información acabe huyendo de un vampiro celoso y toda su guardia, en fin, todo fuese por la princesa. Entramos en una pequeña casa, era acogedora, de un solo piso, salón cocina y cuarto todo junto, demasiado pequeña. Aribeth me hizo un gesto para que me sentara junto al sofá, cerca de la chimenea.
-Muy bien, dime, ¿Qué es lo que necesitas saber?
Comencé a contarle toda la historia, los orcos, vampiros, el anciano, cada vez parecía más preocupada.
- Te contestare, pero prométeme que te alejaras.
- No puedo, tengo que cumplir la misión de mi familia, debo proteger a Aeris.
- ¡Maldita sea! Olvídate de ella, es tu vida, tu no tienes la culpa de lo que hiciese tu familia, puedes alejarte de todo si lo deseas, deja de poner esa excusa –se acerco a mi y me miro a los ojos, por dios, tanta belleza no podía ser natural- te acompañare lejos de aquí…
- Por favor Aribeth, basta ya –me levante alejándome de ella de espaldas, prefería no mirarle a la cara- me puedes decir lo que pasa o no, si me lo dices al menos sabré lo que me espera, si no me dices nada entonces será peor…
- Esta bien –me di la vuelta para verla cabizbaja, había cosas que nunca podrían ser- te lo contare…
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-¡Artros! Por favor no… -Aribeth estaba frente a la puerta y no me permitía salir- si hace falta te atacare, no dejare que arriesgues tu vida por una mortal.
- Yo también soy un mortal –Aribeth saco los colmillos- ¡Aribeth! Basta ya, por favor…
- Muy bien, como quieras, tu lo has dicho, solo eres un mortal –La vampiresa se fue dejando la puerta abierta.
Lo que me había contado no me gustaba nada, debía darme prisa, Salí medio corriendo, de repente un escalofrió atravesó mi columna y caí de rodillas… aquello tenia que ser magia… levante la mirada… una túnica roja y ¡Gardurth! El esposo de Aribeth.
- ¡Gardurth! Si no detienes esto te matare –aquella era la voz de Aribeth- basta ya, te repito que el no es mi amante…
- ¡Sujetarla! –sus paso se acercaban, la magia me impedía moverme- puede que no, pero lo fue, además ¿Por qué tanto interés en defender a un mortal? Me siento celoso y sabes lo que ocurre cuando es así mi querida Aribeth…
- ¡Cobarde! Necesitas de magia para matarme ¿eh? Normal, no tu con todos tu guardia podéis, siempre serás un cobarde Gardurth, ahora acaba ya y mátame, Aribeth, protégela tu en mi lugar porque yo no podré hacerlo –en sus labios pude leer un la odio, mientras Gardurth reía divertido ante la situación.
- No, aun no te matare, alguien te quiere vivo –Gardurth se alejó.
De repente alguien golpeo mi nuca y todo se volvió oscuro. Me desperté en un carro, toque los barrotes, protegidos con runas, magia, al igual que las esposas que me habían puesto, se habían tomado muchas molestias, me habían quitado las armas solamente… pero habían dejado el brazalete… sonreí… estúpidos…
- ¡Ey! Ha despertado, que duerma... –maldito fuese Gardurth- no quiero que vea el camino.
- Granser somnis marucna –El mago de nuevo y oscuridad.